I edición del concurso de microrrelatos “Mi pueblo, mi rincón”

Trabajos presentados

El rincón del tío Capota

Esta foto distorsionada, para engrandecer el lugar que representa, se conocía, en los años 50, al menos,  como el rincón del “Tío Capota”.

No solo cuenta  el entorno que lo define:  Las casas qué conforman el ángulo sabio (Rincón), la pequeña plazoleta, en otro tiempo de tierra, con dos o tres  arbolitos en el centro y piedras  de falso alcorque por su tamaño y colocación que servían de asientos, sino también las “parrafadas” de los vecinos que salían  a la sombra de aquéllos. (Actos de convivencia.)

En tiempo de sol tímido, las mujeres, aprovechando el rincón y previa colocación de la manta sobre el palo apoyado en la pared para evitar el viento, pasaban horas de la tarde haciendo “algo de tarea”, se decía, amén de descargar sus desahogos  contenidos.

Durante las noches, normalmente de verano, antes o después de cenar, ahora la familia completa, se organizaban tertulias relajadas dando cuenta de la actualidad, incluso retomando la del día anterior.

(……y se decía La Lastra.)


La Poza

Era un pinar muy tupido con pinos altos y estirados que parecían querer tocar las nubes. Un mar verde los sujetaba; una pradera tan bonita que hasta el mejor pintor la hubiera envidiado.

En medio de todo aquello, dos pozas de agua cubiertas por cuatro paredes y unas ventanas (sin cristales ya) que dejaban pasar corrientes de aire insufribles. Dentro, varias mujeres frotaban con mimo la ropa, cada una en su tabla con prendas a ambos lados. En uno lo lavado y en otro, lo que esperaba serlo. Ropa sucia acumulada de toda una familia durante la semana. A la hora de comer, todos sentados al amor de la lumbre en una chimenea triste situada en un rincón, donde manos moradas por el frío se calentaban a la vez que las fiambreras. 

A lo lejos, el rumor del río corriendo sin descanso. LA POZA.


Los contrafuertes de la iglesia

Para mí los contrafuertes de la iglesia son un lugar especial, son como una puerta a tiempos anteriores. Cuando te sitúas allí parece no correr el tiempo. No hay ningún ruido, que fue lo primero que me llamó la atención. Según subes, la pared de la izquierda te limita, no te deja ver nada. Solo puedes mirar a la derecha y observar los gigantes que sujetan la iglesia, en silencio. Son estáticos y sobrios. Han resistido el paso de los años sin rechistar. Tienen la bondad y el enigma de las piedras antiguas.

Yo imagino que a algunas personas les pueden recordar otras cosas. Sitios sin mucha luz ni mucha gente, que durante la adolescencia se buscan para contar secretos y ampliar el conocimiento de otra u otras personas.


La olla

Apenas estaba abriendo los ojos al mundo y por supuesto me encantaba venir al pueblo, se lo resumí a mi abuela al regresar a Madrid en muy pocas palabras: allí la puerta siempre está “abrida”.

Por aquel entonces mi abuelo seguía trabajando en el campo y esperaba con anhelo cada día que me dijera que esa tarde iríamos a la “olla”. Enfilábamos con nuestra merienda en una bolsa el camino de arena a la izquierda de la carretera que llevaba hasta Hontalbilla, cogíamos pegotes, recogíamos escarabajos, comparábamos nuestras huellas en la arena… a lo de las huellas mi prima no tenía rival, sus zapatillas dejaban payasos en el suelo, era imposible competir con ella. 

 Aquella tierra, con su pozo grande de ladrillos allá en el fondo y su arboleda, a cuya sombra nos sentábamos a merendar. Cada tarde durante muchos años anduvimos el mismo camino, sacamos zanahorias y las lavamos con agua del pozo, merendamos chorizo de la olla a la sombra de los arboles mientras el viento nos susurraba al oído melodías de canícula.

Mi abuelo se jubiló y nunca volví, aunque cada año me gustaría hacerlo no lo hago, ya no sería lo mismo, pero en las tardes calurosas de julio cuando el viento acuna las hojas de los chopos cerca de mi casa, veo a mi abuelo trajinando entre las plantas o intentando pescar en el pozo y sé que ese es mi rincón.


Hay muchas cosas que contar.

Cada casa, cada esquina, cada rincón del pueblo tiene sus vivencias, sus historias. Algunas olvidadas y otras aumentadas según convine al que las cuenta.

Ya que, aunque el poeta  del pueblo quiera dar rienda suelta a sus sentimientos, creando una historia encantadora a sus lugares, la realidad a contar está en los sentimientos quienes lo habitan.

La hermosura o belleza de este pueblo está,  siempre, en el corazón de sus habitantes, que es de donde les sale lo que de él cuentan., y donde gozan los que lo escuchan.

¡Aman a su pueblo!

Por eso, el rincón mas hermosos del pueblo está en ese lugar del corazón donde todos los lastreños le llevamos.


MI RINCÓN EN EL MUNDO

Sin haber nacido en Lastras de Cuéllar, lastreño soy y lastreño siento.

En Lastras, ¿Rincones? Muchos. ¿Momentos? Cientos. Yo me quedo con todo el pueblo.

Aquí encontré mi rincón en el mundo, mi familia, mis amigos, mis vecinos; mis momentos. Y siempre vuelvo.

Lastras es mella que la España vaciada va haciendo. Lastras es la tranquilidad del paseo en invierno, pero también el llanto del pino resinado en verano que llora por ver el pueblo de nuevo lleno.

Lastras es un paseo por el Cega, es un trago en la bodega, es una vela encendida en la ermita por un nuevo encuentro y las despedidas, que lamentablemente, se van produciendo.

Lastras es la esencia de pueblo, es un saludo por la calle y ese hombro del vecino, en un tiempo que transcurre lento.

Es un pueblo que aunque esté lejos, se lleva dentro.

Es mi rincón en el mundo, y el tuyo, si vienes a conocerlo.

FUERA DE CONCURSO POR EXPRESO DESEO DEL AUTOR

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